domingo, 4 de diciembre de 2022

Un lastre de felicidad

Hay muchas metodologías de entrenamiento para preparar el reto de correr una maratón. Los objetivos pueden ser ambiciosos, explorando los límites fisiológicos personales, o bien puede plantearse la carrera con la esperanza de ser Finisher, sin darle importancia al crono. Podría decir que me encuentro a medio camino entre un planteamiento y el otro. Por una parte, llevo casi tres meses sin entrenar, con un lastre de más de 80kg sobre los pies, de modo que no se cómo va a responder mi cuerpo, y por otra parte, tengo que ser realista y, en estas condiciones, por mucho bagaje que lleve en mi vida como deportista de larga distancia, no debo pensar en otra cosa que no sea intentar cruzar la línea de meta sin ningún tipo de presión.

La maratón es como un estilo de vida, con una disciplina de tareas casi diarias que se prolongan durante unos tres meses, que te permiten el día de la carrera disfrutar una gran aventura deportiva. Es mi distancia favorita, no se puede subestimar, no se puede pretender salir a verlas venir, porque se trata de un gran esfuerzo que, más rápido o más lento, va a pasar factura al organismo. Pues aun teniendo en mente todo esto, voy a correr, tirando de la experiencia de mis 22 maratones anteriores. No estoy nervioso porque pienso que tengo todo bajo control. 

A las 08:55h tomo la salida en el penúltimo cajón, ligeramente por encima de 5'/km. No lo sé con exactitud porque he tomado la decisión de salir sin reloj. Me voy guiando con las horas de los termómetros que me voy encontrando por la ciudad. La climatología es perfecta para quienes vayan a buscar marca, nublado, sin viento. No es mi caso. A medida que van pasando los kilómetros, la energía va decayendo poco a poco. Al principio casi ni me doy cuenta, pero al llegar al km25, me doy un baño de realidad. Esto no es una broma. Una maratón siempre te pone en tu sitio. Si los deberes no están hechos, no se le pueden pedir milagros a las piernas. Si la musculatura no está preparada para soportar la dureza del paso de los kilómetros, el tío del mazo no te va a perdonar. Yo esta vez soy una de sus víctimas favoritas, uno de esos que salta al asfalto con más corazón que preparación. Me merezco la paliza que me ha dado cuando he pasado por su lado. Se ha cebado conmigo. En el km34, donde el año pasado una lesión en el gemelo me cortaba las alas en mi camino hacia un sub 3h15', este año he tenido que recurrir al método Galloway para salvar los muebles en una recta final que se me está haciendo muy cuesta arriba.

Aunque físicamente estoy machacado, la cabeza se ha mentalizado en que es cuestión de tiempo lograr el objetivo. En el dorsal está serigrafiado el nombre de mi pequeño guerrero. Las miles de personas que se se distribuyen por todo el recorrido animan a los corredores en todos los idiomas. Forza!! Vai!! Aupa!! Go go go!! Nadie de los que alcanza a leer el dorsal y rápidamente pronuncia ese nombre que cada vez que lo escucho me llena de energía, puede llegar a imaginar lo que me están ayudando a seguir adelante. Si en estos casi tres meses no he podido tener una preparación adecuada, es porque mi estilo de vida ha cambiado. Cuando hace un año me inscribí en la carrera, no sabía que doce meses después sería padre de familia.

Hoy más que nunca, la rampa de bajada al río me la tomo con muchísima precaución. Llegados a este punto, sería una lástima echar a perder todo el esfuerzo con alguna lesión. Cruzo la línea de meta de la maratón más lenta de mi vida en 4'07'16" (5'52"/km). Estoy contento por haber sumado una más a mi colección, pero me digo a mí mismo que nunca más volveré a participar sin preparación en una prueba deportiva de resistencia. 

Ahora mismo mis pensamientos están dirigidos casi al 100% en una sola dirección. No sé cuando volveré a competir, pero lo que sí tengo claro es que cuando lo haga, estaré en óptimas condiciones para poder volver a rendir lo mejor posible.

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