martes, 10 de marzo de 2015

Desafío extremo en la Antártida

¿¡Una maratón en la Antártida!? ¿Pero eso existe? Estas han sido algunas de las preguntas más repetidas en las semanas previas a mi aventura en el continente blanco, uno de esos lugares de la Tierra que por sus especiales características y valor ecológico son únicos y de difícil acceso, y a donde a día de hoy puedo decir que soy un afortunado de tener la posibilidad de estar allí en persona y ver con mis propios ojos lo que tantas veces vemos en documentales.

A la Antártida llegaba con muchas dudas, ya que la buena preparación que llevaba se vio bruscamente interrumpida por una tremenda gripe que me dejó fuera de combate durante dos semanas, dos semanas en las que el objetivo dio un repentino giro de 180º, pasando de terminar de completar el plan de entrenamiento que había diseñado de cara a la maratón y que tan buenos resultados me estaba dando, a tener que permanecer en casa para recuperarme del atropello viral que había sufrido en el momento menos oportuno. Gracias a los remedios naturales con los que Ginvile y su madre me estuvieron tratando en Lituania, como a los cuidados con los que tanto mi madre como mi hermano hicieron lo propio en Valencia, tuve la suerte de iniciar esta aventura en condiciones de salud óptimas que me permitirían disfrutarla como todo sueño merece.

En Buenos Aires, punto de encuentro de los participantes y adonde pasaríamos tres calurosos días de verano, empecé a entrar de nuevo en sintonía con mis piernas tres semanas después de que el virus báltico me la arrebatara de golpe y porrazo. En el barco intenté correr en la cinta del gimnasio pero los movimientos con los que el paso del Drake hacía bailar al Akademik Vavilov hacía casi imposible dar dos zancadas seguidas sin perder el equilibrio. Así pues, la suerte estaba echada. La siguiente ocasión que me enfundaría las zapatillas sería el día de la maratón.


Y el esperado día llegó. La jornada anterior, los participantes del Akademik Ioffe ya habían hecho su prueba, según los organizadores, con muy buenos resultados a pesar de las condiciones de nieve con que se habían encontrado a primera hora de la mañana. Nuestro día empezó muy frío, con lluvia, mucho viento, y un auténtico barrizal fruto de la mezcla del terreno arcilloso del recorrido, la nieve derretida del día anterior y el agua que estaba cayendo sin parar. 


La primera vuelta la había completado en el grupo de cabeza, las sensaciones eran muy buenas, pero en mi cabeza tenía muy presente que ese ritmo sólo lo podría aguantar si hubiera podido terminar mi preparación en buenas condiciones de salud, pero eso no era así, de modo que desde la segunda vuelta y ya prácticamente hasta la línea de meta me quedé solo, en tierra de nadie entre los que peleaban por los primeros puestos y los que luchaban por entrar en el TOP 10. 

A mi paso por la media maratón, el Timex mostraba un tiempo de 1h45'. Demasiado rápido Rafa, pero... ¿y si aguanto? Por un momento me imaginaba llegando a meta cerca de las tres horas y media pero pronto esa idea se desvaneció. La deshidratación en un ambiente tan frío se multiplica, los avituallamientos eran muy justos puesto que teníamos que autogestionarnos nosotros mismos los suplementos líquidos y sólidos que fuéramos a tomar durante la carrera, y los calambres empezaban a manifestarse desde los gemelos hasta los isquiotibiales. Había que aminorar la marcha. Me repetía una y otra vez que había hecho una muy buena mitad de carrera, que el objetivo era terminar la maratón y que a partir de entonces la idea tenía que ser ir poco a poco descontando. Seguía corriendo kilómetro a kilómetro, intentando estar fuerte de cabeza, contemplar las fantásticas vistas que me rodeaban, y así intentar distraer mis pensamientos de los tremendos dolores musculares que en ese momento se repartían por ambas piernas. En cada cuesta arriba se libraba una batalla entre mi deseo de no dejar de correr y el deseo de la naturaleza de retenerme. Cada cuesta abajo suponía un importante ejercicio de concentración para con las pocas energías que me quedaban en el cuerpo ser capaz de dejarme caer sin llegar a aterrizar en el suelo. Cada vez más veía que algunos participantes que en la primera mitad de la carrera llevaba muy atrás se iban acercando más y más. Me estaba viniendo abajo físicamente, pero tenía que seguir aguantando con la cabeza, sin dejar de repetirme que lo importante era terminar la maratón, porque para eso había recorrido tantos miles de kilómetros, y me había cuidado tanto las semanas previas a la misma.

Paso por la última vuelta. Quedan 7 kilómetros. No son pocos pero hay que pensar en positivo. Es una sexta parte de una maratón, y ya llevo cinco partes completadas. Pero la verdad es que en este momento las piernas ya no responden a las órdenes que manda el cerebro. Aunque despacio, intento no dejar de correr, pero al llegar una vez más a aquellas terribles cuestas llenas de barro que unas horas antes pasaba tan ligero, finalmente doy mi brazo a torcer con el terreno, que en ese momento se agarra con tal fuerza a mis zapatillas que termina por no dejarme avanzar. No cabe otra posibilidad, hay que recurrir al último recurso: dejar enterradas las zancadas en el barro y caminar durante algunos minutos para tratar de recuperarme física y mentalmente. Estoy tan escaso de energía que puede pasar cualquier cosa. Para darle más dramatismo al momento, todavía con 5 largos kilómetros por delante, he consumido la última botella de agua que me quedaba y acabo de perder dos puestos: llevaba toda la carrera en quinta posición, y la primera chica, que venía lanzada, y un corredor polaco, Dariusz, que como yo, va con lo justo, me pasan por encima a todos los niveles: en la clasificación, en el mental, en el anímico... 


El haber pasado de correr con cierto ritmo a caminar me ha hecho perder la temperatura corporal que me mantenía caliente, y ya no la recuperaré hasta la ansiada ducha que me espera en el barco, casi una hora más tarde. Estoy frío, me tiemblan los brazos, apenas siento los dedos de las manos, tengo las piernas llenas de calambres, necesito agua y algo de comer. Las sensaciones no son para nada buenas. El kilómetro a kilómetro se ha convertido en el metro a metro. 

A falta de 2 kilómetros escalo una posición. Dariusz está parado haciendo estiramientos. Tiene muchos problemas en uno de sus gemelos. Un poco de energía vuelve a mi. Aprieto los dientes como puedo para que este trote pachanguero que llevo no se venga abajo. Quedan solo 500 metros y Dariusz me vuelve a pasar. Aunque tengo que admitir que me da rabia no haber podido aguantar un poco más ya que entre nosotros dos estaba el honor de ser el primer europeo, ya no me importa demasiado este hecho, pues estoy concentrado en mi objetivo, que ya veo a lo lejos: manchas rojas que poco a poco van tomando forma y empiezo a reconocer a Thom, Kelly, John, Anita, el equipo de Oneocean... LA META!! Echo mano del reservorio de energía que siempre guardo para salir bien en las fotos de llegada a meta, elimino como puedo de la cara el gesto de machacado antártico y completo mi sexto continente con una gran sonrisa y un tiempo de 4h06'20'', terminando en novena posición de la general (después de sumar los tiempos de los dos barcos) y un inesperado segundo puesto en mi grupo de edad (30-39 años). 


Tal como me encontraba hace tan solo dos semanas, las condiciones extremas que la metereología nos ha ofrecido en el día de hoy, y del modo especial en que afronto las maratones internacionales, la verdad es que no se puede pedir más. Mejor imposible. 

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